miércoles, 18 de enero de 2017

Yo se que las palomas te dan un asco infinito pero tengo que expresar y decirte mi opinión. Y es que a mi no me dan asco, para nada. Me conmueve su infinito andar, su vuelo libre, su vulnerabilidad, su fuerza. Cuando tenia diez años me traje una paloma herida de la plaza a dos cuadras de casa. Yo quería tener animales, una mascota, a toda costa. Mamá siempre tan práctica me ordenó deshacerme de la paloma. Asi que tuve que conformarme con peluches, con sueños, con fantasías, hasta que muchos años más y llegó June, mi gata, a mi vida. Pero eso es otra historia. Yo se que la mayoría de la gente las considera una plaga, algo asqueroso, ratas voladoras pero yo no. El otro día iba en mi bici hacia al laburo y vi una torcacita muy joven saltando sobre el asfalto. Sentí muchísima pena porque intuí o mas bien era evidente que se había caído del nido y no tenía como volver. La vi entrar dando pasitos leves a la casa de Quiniela que hay sobre Paraná llegando a Santa Fe. Seguí de largo sintiendo muchísima tristeza porque sabía que no iba a sobrevivir. Cuando sali de la escuela a la tarde la vi aplastada contra el pavimento, una mancha gris, negra y roja que con los días se fue desdibujando. Y sí, yo sé que para vos es nada, apenas un bicho pero para mí, era la torcacita, la que quiso volar y no pudo, la intrépida, una mancha gris, negra y roja sobre el pavimento. Una de tantas, una de miles, que nacen, que crecen, que mueren sin pena ni gloria. Pensalo así, te tocó nacer de padre y madre, vivir y morir en este Planeta, te tocó ser humano, leer estas  palabras, alguien te amamantó, te enseñó a caminar y a leer pero podrías haber nacido en un nido, hecho de ramitas, podrías ser ave, tener plumas, y alas y podrías haber un día querido volar y no podido. Podrías ser esa mancha, oscura, tiesa y olvidada. Podrías pero no, estás leyendo esto y yo escribiéndolo.



  
                                                 (yo con palomas hace muchos años)

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