lunes, 16 de enero de 2017

Es genial. En tiempos de verborragias, elocuencias y exabruptos verbales, lo observo cada vez con más frecuencia. En tiempos de libertad, oh, libertad, gozosa libertad, el que se arroga las cualidades de amor y tolerancia, respeto por los derechos humanos, luchador por la igualdad y la inclusión, batallador incansable, sacrificado paladín de la justicia, no odia. No. No alberga sentimientos de aborrecimiento ni rencor por el prójimo. Jamás. Eso sería inadmisible.

¿Cómo podría yo? ¿Me creés capaz?


El o ella son siempre luchadores infatigables, insobornables, ejemplos morales a seguir, convencidos de tener la verdad, de blandirla cual antorcha, cual faro en la noche del que ignora todo, del mediocre, del necio. ¿Hipócritas? ¡Jamás! El o ella son intachables, voceros indiscutidos de todos aquellos que desde el llano luchan noblemente por un mundo mejor. Encaramados en la razón que creen poseer, desprecian, menoscaban, insultan, ningunean, desprestigian, prejuzgan siempre y fundamentalmente, odian. Si. Jamás lo aceptarían. Ellos y ellas son paladines, justicieros. Ellos no odian. No jamás. Ellos, señores y señoras, tienen asco.

Si.

Asco. A-S-C-O.


Oyeron bien. Leyeron bien.


Están cansados, pobrecitos, de tantas injusticias. Ellos y ellas no detestan ni aborrecen, son puro amor, pura luz. Jamás podrían agredir a nadie. Serían incapaces. Tienen náuseas, padecen temblores, regurgitan, devuelven, se descomponen, explotan en mil gases, se retuercen, se deshacen en mil y un humores corporales.

¿Odio? ¿Dijiste, odio?

Jamás.

Esa palabra no cabe en su vocabulario. Asco, si. Hasta la muerte, la diarrea y el vómito. Asco mortal, orgulloso asco, inocultable asco, perenne como la rabia.

Como el odio y el temor.


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