domingo, 16 de septiembre de 2018

Día 116


Transito estos días, entre toses, trabajo, idas y vueltas en bici, festejos -el 11 de septiembre se celebró el día del Maestro-, en fin, ingredientes cotidianos de la vida, que se regala, que se ofrenda, que nos vive a veces y otras tantas descansa latiendo en nuestras manos, pidiendo a gritos ser vivida. Lo hago con alegría, entre tanta adversidad, entre tanta turbulencia, buscando el remanso de mi casa siempre, donde cada vez voy agregando detalles, objetos, apropiándomela más y más, dándome la libertad de poner un esquinero allá, una planta aquí, un macetero más allá. Entre todo ese ir y venir, June me acompaña, le hablo al entrar a casa, le susurro a las plantitas y les acaricio las hojas, delicadamente, tratando de que June no lo advierta. Ya las atacó, con sus dientes filosos y fuertes, con sus garras, sus uñas agudas, cortantes. Yo les hablo, me hablo, hablo conmigo todo el tiempo. Me doy cuenta  de que sola, como una loca, o más bien un ser solitario, mientras en una media voz, me relato a mi misma los actos, las acciones, lo que coloco acá, lo que limpio en ese otro lado, lo que meto en la mochila, y así re afirmándome en esa secuencia de voces y de hechos que se repiten cotidianos, voy confirmando lo que hago, dándole entidad real, de tal modo que, al salir, chequeo dos o tres veces que todo esté en orden, que las llaves de gas de la cocina cerradas, que el calefón en piloto, etc, etc, etc. Y cierro una vez y dos y tres. dándole dos vueltas a la llave. Advierto con demasiada frecuencia que por la mañana me cuesta desprenderme de la casita, de este pequeño espacio donde vibro, donde me lleno de luz, y de sol, donde en una palabra, soy feliz. Es como si dejara el alma un poco encerrada entre estas cuatro paredes, con mis libros, mi gatita, mis plantas, mis pequeños objetos, mis pocas posesiones. No me diferencio demasiado del resto de la humanidad, pero cada uno siente, en lo privado, en lo íntimo, una originalidad, una sensación de ser único o única, que muchas veces confiere esa sensación de aislamiento o soledad. Luego sale al contacto con el otro, con los otros, y ahí están como espejos, nuestros semejantes, vivos, palpitando, sufrientes y gozosos, tan reales, tan diferentes y al mismo tiempo tan idénticos a nosotras y nosotros mismos. 


La de la izquierda que estalla en flores es según me dicen una variedad del Kalanchoé. La de la derecha es mi "mimada" un malvón que me regalaron mis cumpas y que sobrevive y persiste, valiente a los ataques de la intrépida June. 


Una plantita que me regalaron en el CECIE y otra más que conseguí yo, arriba en sus maceteros y sobre el esquinero para guardar libros, que conseguí cerca de casa.


                                    Los aloes al lado del gajo de potus,  que me regaló Patricia.



Asseyez-vous...compré dos banquitos, para "acompañar" e invitar a sentarse a los eventuales              visitantes...a la mesa ratona, la única mesa que tengo en la casa, junto con la barra de la cocina.                                                                                 

No hay comentarios:

Publicar un comentario