martes, 24 de abril de 2018

Día 100


Mierda con el dolor de muelas. No hay nada igual, nada peor. La puta, como duele. Querés arrancarte la muela vos misma, escupirla, lejos, de vos y de tu cuerpo que la resiente, y rechaza, esa punzada que se multiplica por todo el maxilar derecho, taladrándote la cabeza y el oído, volviéndote una completa inútil. Lo peor es que no querés ir al dentista, te resistís, porque en parte sabés lo que te espera y la verdad no querés tener un diente menos, que agonice, que muera, pero que permanezca ahí, inservible e inerte, alineado con las otras muelas, para que al menos mastique un poco más un trozo de pan, una fruta, una almendra, algo. Mientras tanto te retorcés del dolor y testaruda te decís que no y no. No vas al dentista. Te cepillás con fuerza, hacés buches y gárgaras. El dolor cede un poco, y vuelve, renovado al ataque. Probás tocando otros puntos, otras partes del cuerpo, estallar de placer ahí abajo, y por un instante pensás que lo lograste, sí, lo venciste, mientras temblás de satisfacción y cierto orgullo, vanidad omnipotente, pero no, vuelve, renovado, fortalecido, más intenso, más molesto que antes. Y entonces, al borde de la rendición, abrís el Word y escribís, unas tras otras, las letras, las palabras, los puntos y las comas. Pero no te engañes, ahí sigue, impertinente y terrible, fuerte, casi diría, bello, el dolor más insoportable, más terrible, más inigualable que puedas sentir.

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