La semana se me hizo eterna, infinita. A medida que pasaba el tiempo iba entrando en ritmo, me iba adaptando, pero se me hizo de chicle. El lunes tuve la confirmación de que continuaba en una de las escuelas donde estaba en duda. Así que a partir de ahí el esquema de horas de trabajo quedó más o menos definido. Luego esto de "salir de uno" y entrar en contacto con los otros, escuchar sus historias, sus alegrías, sus penas, sus dramas, sus pequeñas tragedias, epopeyas a una escala menor como diría alguien. Aprender a convivir, porque de eso se trata al final todo, quizás. Más tarde, en pocos días, entrarán en escena ellos, los niños, los alumnos, los depositarios de toda nuestra mejor energía, los que deberán -tienen derecho a ello- aprender lo que mal o bien -mejor bien, siempre bien- podamos enseñarles. El jueves y viernes tuve capacitación en servicio. Esta vez tuve suerte con la profesora, una mujer increíble, con ideas, con energía, que nos hizo interactuar, que nos escuchó, que nos hizo reflexionar y plantear objetivos, para luego devolvernos con toda la fuerza de su experiencia, que no era poca, su conocimiento que también era el nuestro, sus motivaciones que también eran las nuestras, su impulso y esa inspiración, ese deseo de hacer las cosas bien, muy bien, excelentes. La verdad que me dejó pensando que es gracias a personas como ella que soy maestra, profesora, que me dedico a hacer lo que hago. Los pizarrones comienzan a llenarse de mensajes, de palabras, el horizonte de libros, de enseñanzas, y el alma de propósitos, de objetivos por cumplir y de metas por alcanzar.
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