No puedo entender a la gente que odia, si, dije "odia", a los gatos. Puedo entender que no les gusten, que les resulten indiferentes, pero, ¿odio? Uf. Es incomprensible. Ayer alguien me dijo textualmente que son "sucios y retorcidos". Por supuesto ahí terminó la conversación. Puedo comprender, de verdad que sí, que no sientas especial atracción, que te den lo mismo. Pero el ataque, la agresión. Creo que eso no lo tolero. Una amiga muy querida me dijo una vez que las personas que detestan los gatos tienen problemas para amar, para vincularse. Quizás sea cierto. Por suerte estos casos son aislados, pero están. Otra gente no es tan honesta, ni tan directa. Los ignoran, los detestan y punto. Mi viejo solía decirme que detrás de esa bronca hay cierto temor supersticioso, que los gatos siempre estuvieron asociados de un modo u otro a la magia, las brujas, lo sobrenatural. Para mí, además, están vinculados a los libros, a la lectura, a las bibliotecas y al misticismo. En fin, un pequeño desahogo. Y a seguir, sin hacer caso de estos ataques gratuitos, amando los animales y su entrega, esa lección que nos enseñan todos los días, del dar, del vivir el momento presente, de acompañar sin invadir y tantas, tantísimas, cosas más.
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