Me fui a pasar unos días a la costa a Mar Chiquita a lo de mis tíos Jorge y María. También estaban mis primos -Marcos y Sebastián- con amigos. Fui con Flor, mi hermana. Fueron días hermosos, llenos de sol, playa, aire libre, mar, verde, caminatas, charlas, momentos compartidos. El lugar me atrapó con su belleza agreste y solitaria, los árboles, las casas, los senderos de tierra, la vista increíble del mar y sus olas, la luna saliendo sobre la playa. Ese sabor que me dejó a familia, al afecto y al amor compartido. Las risas, las memorias familiares recobradas entre mi tía, mi hermana y yo. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto de unas mini-vacaciones lejos de casa. Otras veces -las dos últimas-, me había costado un poco la convivencia con mis amigas, el lugar que elegí para vivir, el espacio era muy reducido, y eso atentaba contra el bienestar que uno desea en estos días.Casi diría que me costó volver, tuve que hacer un pequeño -muy pequeño esfuerzo- por re-conectar con mi lugar, todavía nuevo, con mi gata que dormía sobre la cama cuando abrí la puerta. Algo diferente había sucedido en estos días. Algo reparador, enriquecedor, alentador. Creo que se trató de dar y recibir amor. Amor de familia, de memorias y vivencias compartidas, de historia en común, de recobrar lazos que se habían debilitado o roto y de construir nuevas memorias, nuevas experiencias y anécdotas. De fortalecer vínculos, de vivir, de crecer.
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