Gradualmente el tiempo se va dividiendo a si mismo, categorizandose por decirlo de algún modo, las horas comienzan a tener objetos definidos y claros. Las tareas a cumplir asignan identidad a cada día a cada momento otorgándole una característica o idiosincracia. Hoy, terminás tarde. Hoy temprano. Mañana madrugás, este otro día podés dormir un poco más. El seis -si dios quiere- arrancan las clases. Los horarios -tenés que ir a la escuela 3 a arreglar tus horarios- comienzan a definir los días. Todavía no te pusiste el reloj en la muñeca, querés estirarlo lo más posible. Todavía no le ponés la alarma todos los días o la mayoría de los días al reloj despertador de la mesa de luz. El lunes comienza a ser lunes, el martes que le pisa los talones y cuando ya tomamos carrera estamos a miércoles. El jueves y el viernes que transcurren casi como un suspiro y la felicidad del fin de semana de descanso. El bendito sábado y la tranquilidad del domingo. Aún hace calor, aún hay luz suficiente. Y energía para hacerle frente a los avatares de la vida cotidiana.
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