Días atrás me pronuncié en un chat de amigas de toda la vida acerca de la ley de despenalización del aborto que se quiere aprobar en agosto en el congreso. Me llevó muchísimo tiempo, muchos silencios, mucha furia reprimida, mucha sumisión, muchas lágrimas y varias cosas más, cobrar valor y expresar mi punto de vista, casi como pidiendo permiso o perdón e implorando que nuestra amistad no se quiebre ante esta y otras diferencias. De las 17 que somos, solo cuatro o cinco respondieron mis palabras o reaccionaron asegurándome que esa opinión -vertida con respeto- no cambiaría la naturaleza de nuestro vínculo. El resto guardó silencio. Un silencio que todavía no sé cómo interpretar. Creo que algunas maneras de hacer a un lado, de ¿discriminar? o aislar al que piensa distinto, al que es diferente, no pasan por las palabras si no por mínimos gestos, ese no hacerte partícipe de sus vidas, de lo más valioso que tienen, como si uno fuera a contaminarlo con su persona y presencia. Por dar un ejemplo: de todas las amigas que tengo y sus hijos -que no son pocos-, no amadriné a ninguno, la única ahijada -de Bautismo- que tuve alguna vez murió de meningitis en un conventillo en la Boca. Era la hijita enferma de una mujer que íbamos a visitar con un antiguo noviecito en uno de esos afanes por salvar el mundo que eran tan frecuentes en esa época. Esos y otros gestos muy sutiles son los que van socavando la amistad, erosionándola, desintegrándola a la luz de la historia en nuestras vidas paralelas que transcurren y que cada vez se entrecruzan menos y cada vez tienen menos en común y más y más de diferente tanto en lo geográfico como lo social como lo sentimental lo económico lo ideológico y demás etcéteras. Creo que en estos como en otros vínculos se hace necesario dejar de forzar las cosas, el afecto, el cariño o lo que fuera y dejar que las cosas fluyan en la dirección que tengan que fluir. ¿Para qué forzar lo que no quiere ser? ¿Para qué poner todo de nuestra parte? Ser siempre la que insiste, la que implora, la que se acerca. Puede llegar a ser -si uno lo permite- tan cansador como frustrante. En fin, un desahogo, creo que son análisis muy complejos que pueden conducir a algo o no. Mientras tanto me concentro en lo que sí. Que los no queden con sus dueños.
A veces no es que la amistad se vaya socavando sino que nunca estuvo ahi realmente. Besotes.
ResponderEliminarTenés razón, pero reconocer eso...duele un poco. Besotes.
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