Horacito se murió. Prefiero la crudeza y rotundez del "murió" y no la del endeble "falleció". Murió, para siempre, murió. Terminó sus días en la tierra, dió su último suspiro. Mi hermano del alma, el arquitecto, el fotógrafo, el compañero, el mayor de los varones, el primogénito varón, Horacio María, el esposo de Lu, el amigo, el hijo. Parece mentira que no esté más, que en tan solo unos meses se lo haya devorado el cáncer. El que ayer me visitaba en Pringles, el que me acompañaba a cenar los jueves, el que heredó mi amor por los Beatles, por Mc.Cartney, por U2, el que sacaba fotos maravillosas, el que hacía las pizzas más ricas, el que me pasaba la receta para las empanadas, el que era zurdo, como yo, el que había peleado y ganado tantas batallas, se murió. Pensé que salía de esta, cuando todo comenzó, pensé de verdad que era una guerra más de la cual saldría victorioso.Hasta último momento allá por fines de mayo antes de entrar al quirófano se dio el lujo de hacer chistes. Estaba muerto de miedo, todos estábamos muertos de miedo pero el hacía chistes. Fiero, altivo y valiente nos dejó para ponerse en las manos de los cirujanos y médicos. La operación duró horas. Los amigos y familiares desfilaban uno tras otro. Todos pendientes de él. Volví a casa a dormir un rato porque estaba pasada de sueño y agotamiento.Cuando iba en el colectivo de vuelta a la Trinidad me llama Agustín y me dice: La operación fue exitosa, sacaron todo, pero el tumor es malo. Quedé como atontada, estoy todavía atontada mientras las lágrimas me mojan la cara. Cuando llegué al sanatorio los vi a todos, cada uno con sus palabras y sus gestos tratando de consolar, de acompañar. Qué poca cosa somos los seres humanos. Qué vulnerables, qué débiles. Insignificantes para ese dios que, si existe, me resulta incomprensible. Pude ver a Horacio un minuto, darle un beso, decirle que lo quiero mucho, Estaba consciente, dolorido. Me resultó insoportable verlo sufrir. Hablamos unas palabras con la neurocirujana que lo operó. El pronóstico es malo, nos dijo. Y ahí nos quedamos los tres mirándola sin saber qué decir o tratando de mantener la calma. De ahí en más fueron varias operaciones más, el deterioro cada vez más notorio y progresivo, la enfermedad que avanzaba, la desesperación que crecía. Ver sufrir a Horacio y aún peor, ver sufrir a mis hermanos. Ir y venir del trabajo a casa y de casa al sanatorio, Horacio empeoraba cada vez más. Los sucesivos viajes de Agustín a la Argentina. La vida que siguió su curso, la venta de Pringles, la compra de mi nuevo hogar, alegría y dolor entremezclados. A seguir -dice una voz adentro. A vivir tu vida, a seguir adelante. Pero miro a mi lado, miro hacia atrás, miro al costado, miro hacia adelante, miro alrededor y Horacio no está más acá.
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