Se acaba el año, se nos va de las manos, se nos escurre entre los dedos. Mal pude imaginar, cuando este año -y este blog comenzaron-, que traería tantos eventos, tantos acontecimientos tan trascendentales para mi vida. Quizás suceda que a medida que los años pasan todo se vuelva vertiginoso, comienzan cada vez más seguido a suceder cosas que nos parecen vitales, importantes, definitivas. Son las últimas veces de muchas cosas, de lugares, de personas, de vivencias, de todo. Como en un tobogán sentimos que todo de ahora en más, es descenso veloz y sin frenos. No sé, quizás divago, al tiempo que escribo y expreso estos pensamientos sin filtro pero es lo que siento. Deseo muchas cosas para el año que comienza, esos deseos y resoluciones que tienen que ver con ser más feliz, más libre, más sana y otras cosas, las dejo por escrito en un cuaderno de notas que inauguré, se trata de escribir acá, allá, en todos lados, porque ciertamente escribir me hace feliz y no solo eso, resulta sanador, liberador. Gracias por leerme, por acompañarme en silencio este año que termina porque en definitiva, si bien la escritura es un trabajo solitario, uno también busca ser leído, escuchado, reconocido y muchas veces -si no la mayoría- es esa retroalimentación la que nos mantiene vivos, andando, en marcha. Un año difícil para muchos, no solo para mí, mucha gente que sufre, que está mal y por causas completamente ajenas a ellos. Deseo también para ellos salud, paz y justicia, sintiéndome yo también responsable y parte de ese destino que nos engloba a todos, porque como dijo el poeta: "ningún hombre es una isla". Por último me gustaría compartir la última foto del año, y que es la del primer arco iris que pude apreciar desde mi ventana el día que murió Horacio. Ojalá sea un símbolo de los tiempos por venir.
viernes, 29 de diciembre de 2017
domingo, 17 de diciembre de 2017
Día 59
Horacito se murió. Prefiero la crudeza y rotundez del "murió" y no la del endeble "falleció". Murió, para siempre, murió. Terminó sus días en la tierra, dió su último suspiro. Mi hermano del alma, el arquitecto, el fotógrafo, el compañero, el mayor de los varones, el primogénito varón, Horacio María, el esposo de Lu, el amigo, el hijo. Parece mentira que no esté más, que en tan solo unos meses se lo haya devorado el cáncer. El que ayer me visitaba en Pringles, el que me acompañaba a cenar los jueves, el que heredó mi amor por los Beatles, por Mc.Cartney, por U2, el que sacaba fotos maravillosas, el que hacía las pizzas más ricas, el que me pasaba la receta para las empanadas, el que era zurdo, como yo, el que había peleado y ganado tantas batallas, se murió. Pensé que salía de esta, cuando todo comenzó, pensé de verdad que era una guerra más de la cual saldría victorioso.Hasta último momento allá por fines de mayo antes de entrar al quirófano se dio el lujo de hacer chistes. Estaba muerto de miedo, todos estábamos muertos de miedo pero el hacía chistes. Fiero, altivo y valiente nos dejó para ponerse en las manos de los cirujanos y médicos. La operación duró horas. Los amigos y familiares desfilaban uno tras otro. Todos pendientes de él. Volví a casa a dormir un rato porque estaba pasada de sueño y agotamiento.Cuando iba en el colectivo de vuelta a la Trinidad me llama Agustín y me dice: La operación fue exitosa, sacaron todo, pero el tumor es malo. Quedé como atontada, estoy todavía atontada mientras las lágrimas me mojan la cara. Cuando llegué al sanatorio los vi a todos, cada uno con sus palabras y sus gestos tratando de consolar, de acompañar. Qué poca cosa somos los seres humanos. Qué vulnerables, qué débiles. Insignificantes para ese dios que, si existe, me resulta incomprensible. Pude ver a Horacio un minuto, darle un beso, decirle que lo quiero mucho, Estaba consciente, dolorido. Me resultó insoportable verlo sufrir. Hablamos unas palabras con la neurocirujana que lo operó. El pronóstico es malo, nos dijo. Y ahí nos quedamos los tres mirándola sin saber qué decir o tratando de mantener la calma. De ahí en más fueron varias operaciones más, el deterioro cada vez más notorio y progresivo, la enfermedad que avanzaba, la desesperación que crecía. Ver sufrir a Horacio y aún peor, ver sufrir a mis hermanos. Ir y venir del trabajo a casa y de casa al sanatorio, Horacio empeoraba cada vez más. Los sucesivos viajes de Agustín a la Argentina. La vida que siguió su curso, la venta de Pringles, la compra de mi nuevo hogar, alegría y dolor entremezclados. A seguir -dice una voz adentro. A vivir tu vida, a seguir adelante. Pero miro a mi lado, miro hacia atrás, miro al costado, miro hacia adelante, miro alrededor y Horacio no está más acá.
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