Nací en una familia de hombres y mujeres pasionales. Quizás demasiado pasionales e intensos. Es por eso que me enseñaron de algún modo que no logro definir ahora, a disimular o dulcificar mis sentimientos y emociones. A mi madre le gustaba hablar de la virtud de la templanza. La verdad siempre me costó templar el carácter. Sigo intentando todos los días encontrar el equilibrio y la armonía. En relación a un otro, a la hora de expresarse, los afectos estaban confinados al posesivo: "Te quiero". Decir "te amo" era considerado cursi, una debilidad que uno no se podía permitir. En todo caso estaba la exageración del "te adoro" que no podía ser tomada demasiado en serio y que por su intensidad se evaporaba rápidamente. Hago este análisis porque creo que la formación y transmisión del lenguaje hace a nuestro modo de ser, de vivir, de pensar y sentir. Rota esta limitación quizás sea tarde para amar. Ya pasó demasiada agua bajo el puente. Y tal vez no esté a tiempo de experimentar ese sentimiento tan único y pleno. O sí, quien sabe. En todo caso siempre debería haber tiempo para dar y recibir amor. Para amar y sabernos amados al mismo tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario