martes, 4 de septiembre de 2018

Día 114

El domingo asistí con una amiga al Hi Matsuri en el Jardín Japonés. Se trata de una ceremonia donde se dejan escritas en una tablita aquellas cosas que se desea dejar atrás. Todas las tablitas se depositan en un árbol donde, luego de un show de tambores de taiko, un grupo presidido por un ¿monje? japonés y todos nosotros presenciamos la quema de las mismas. Por el poder purificador del fuego, todas esas cosas negativas que todos los allí presentes deseábamos dejar atrás, se transformarían y convertirían en bendiciones o hechos positivos. La verdad la ceremonia me decepcionó un poco, estaba lleno de gente hasta las manos -cosa que imaginé en parte pero no llegué a anticipar cuánto y de qué manera-, en el momento mismo en que se iniciaba el fuego, alguien a pasos nuestros comenzó a gritar: "Médico, ambulancia" mientras la multitud seguía indiferente y atenta los pasos de la transformación del fuego. Un "maestro de ceremonias" describía con excesivas repeticiones todo lo que sucedía, reiterando hasta el cansancio las palabras "expectativas" y "en instantes". Por momentos me sentí como si estuviera en una misa, católica, rodeada de fieles y presididos todos por un sacerdote que nos instaba a repetir consignas y gestos. En fin, cosas mías. Quizás mi falta de fe impida que el poder transformador del fuego mute  lo malo en bueno y mis deseos de "cosas positivas" queden en la sola intención, qui lo sa. El jardín estaba hermoso, había sol, luz, y el cerezo florecido se llevó todas las fotos y atenciones. Amo este lugar, pero lo que más amo de él es su paz, su armonía, su serenidad. No abundaron estas emociones el domingo cuando fui de visita. Otra vez será mejor.








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