Llegó el día. Volví a encontrarme con mis alumnos, los de años anteriores, los que continúan siéndolo, los nuevos que empiezo a conocer. Ocho cursos diferentes y un total de casi 260 alumnos. Vidas que entran a mi vida, almas que se encuentran con mi alma. Y un sinfín de frases, de gestos, de abrazos -esa amorosa entrega de los niños sin filtros ni posturas forzadas-, los semblantes que se iluminan al verte, el sentir que después de todo las cosas no son en vano, no es en vano tanto esfuerzo, tanta dedicación, porque ahí están los frutos fundamentalmente en el cariño y en las palabras que no mienten que dicen: "te extrañé, ¡volviste!, ¿por qué te fuiste? ¿qué pasó?". El espíritu se colma de energías, de nuevas resoluciones, de un atavío distinto, que sale de adentro, que arranca en el corazón y que se exterioriza en el cuerpo, en ese delantal impecable y blanco que te compraste y que lucís con orgullo, en tus pasos más firmes, en tu voz que no tiembla al subir de tono. En esas primeras sonrisas, cantos, lecciones, enseñanzas, repasos, reconvenciones y retos que te indican que quizás algo cambió y que estás fuerte, entera y lista para recomenzar una vez más.
Había que volver. Sep.
ResponderEliminar:) ¡Sí! Asi parece
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