Crecí rodeada de libros. En la casa de mi infancia había una biblioteca inmensa que llegaba hasta el techo. Estaba llena de libros que eran de mi padre quien aseguraba haberlos leido todos. También nos leía a nosotros traduciendo del inglés los cuentos de Narnia, hablo de hace cuarenta años, cuando C.S.Lewis era un perfecto desconocido y las Crónicas de Narnia no eran éxito masivo de marketing en los cines. Todos mis recuerdos de infancia más felices, están ligados a los libros, libros que leía en todos lados y que llevaba conmigo a todas partes. A la pileta del club, al patio del colegio, al viaje en colectivo -antes de los celulares "inteligentes"- y si...no tenía demasiados amigos, o los que tenía eran lectores como yo. Para castigarme, mis padres me sacaban el libro de turno, y recuerdo leer con una linterna, a oscuras, debajo de una frazada, a escondidas. Ir a la librería a elegir libros era otra actividad favorita, vivíamos cerca de Kier y también nos acercábamos hasta Huemul que quedaba cerca de la casa de mis abuelos. El olor narcótico a papel, los diseños, las ilustraciones, mi temprana miopía, todo está relacionado de algún modo con esta actividad maravillosa que es leer. Con los años fui cambiando los hábitos, el tiempo ya no es el mismo, y detesto leer sin leer, quiero decir, si leo, leo. A fondo, meticulosamente, me adentro en el libro, lo saboreo, hoja por hoja, Si me detengo en un punto, a veces me quedo inmóvil sin proseguir, creo que el libro me abandona, o quizás yo lo dejo a él, quien sabe. Quiero decir que no me miento a mi misma, cuando una lectura me atrapa, por el motivo que sea, y la sigo, la estudio, la vivo, la transito hasta el final, y una vez terminada, sigo como empapada, en pausa, en suspenso, entonces leo. Si no, no. En esto no encontré el termino medio. Es cierto, de a ratos leo menos, o directamente poco, pero me he vuelto con los años, más intensa, que se yo. Lo cierto es que esta semana fue la semana de los libros, compré cinco en total entre lunes y jueves, porque más allá de que los lea, antes o después, los libros me seducen, siempre e inevitablemente, retrotrayéndome a esa infancia donde fui feliz en medio de aventuras, que desembocaban en el Volcán Etna, o de detectives que seguían a un Gaitero Silbador. Ayer además conocí una hermosa librería llena de libros objeto y de objetos libros, de música tranquila, de silencio, mientras desde las portadas los mil nombres nos hablaban, nos seducían e interpelaban. Fui con
Marce, que me mostró este lugar increible, y que además es un gran lector, lo cual hace que charlar con él sea apasionante, interesante, y cautivante, son esos diálogos con personas que han vivido mil vidas y viajado por otros tantos mundos y que no pierden oportunidad de adentrarse en nuevos e infinitos universos en cada lectura, en cada línea, en cada página. Compartir esa pasión no tiene precio, pienso mientras escribo esto y me hago el propósito de leer, más cada vez, a pesar de la miopía galopante, de la presbicia incipiente que se suma ahora con los años. Porque no hay nada como una buena lectura para alimentar el amor por la escritura, por narrar, por contar, y como leí ayer en la librería, todos llevamos adentro una novela, una historia que contar. Armonia Somers, lo dice mejor en su respuesta a la pregunta :
¿Qué comentario le merece la afirmación de que cada uno lleva una novela interior? "Que eso es muy cierto, y que esa cuestión toca a cualquiera, todo el mundo viviente lleva una novela adentro, desde el hombre a una hormiga. La mujer que por su edad y a veces otras contingencias languidece en uno de esos terroríficos depósitos de vejez, esa mujer es, y pongo énfasis en el verbo, una novela de mucho aliento. Amó y fue amada, creó vidas, lloró muertes, hizo pan, consoló o pidió consuelo, fue fiel, traicionó o fue traicionada, y protagonizó así lo inimaginable. Había en todo ese tránsito un material, un movimiento de desarrollo y un suspenso tales como para una novela de varios tomos." (De un reportaje de Miguel Ängel Campodónico, Montevideo, 1985). Desde la contratapa de
La rebelión de la flor una antología personal, comprendí, esto era así. Llevé de
Eterna Cadencia dos libros que se suman a otros tres que compré en la semana y que se pueden apreciar en la foto (también mi libreta, inseparable, de notas diversas). Y bueno, creo que dejo de escribir para sumergirme en el mundo y la vida de Holden Caulfield del genial Salinger. Leer, no lo dije, pero se desprende de lo dicho, abre la mente, ensancha el horizonte y nutre el espíritu. ¡A leer más pues!